En mi despacho tengo impresa la siguiente frase de Aristóteles: La excelencia es un arte ganado a base de entrenamiento y hábito. No actuamos correctamente porque tengamos excelentes virtudes, sino que somos virtuosos porque actuamos correctamente. Somos lo que hacemos repetitivamente. La excelencia entonces, no es un suceso sino un hábito.

Cuando empecé a dedicarme profesionalmente al mundo de la asesoría, y dejé atrás el mundo académico del que había formado parte hasta entonces, me di cuenta de que era una más. Me explico, como estudiante era brillante, siempre estaba entre los mejores de mi promoción, y conseguía las mejores notas con relativa facilidad. Ilusa de mí, pensé que como profesional sería igual. Pensé que conseguiría todos los retos que tenía por delante con facilidad y que la vida empresarial me sonreiría con cada paso que diera. Como es obvio, no fue así. No puedo decir que me haya ido mal, ni mucho menos, pero lo cierto es que el camino fue bastante más arduo de lo que podía llegar a imaginar. El mundo empresarial es voraz, y para abrirnos camino en él, la lucha debe ser igualmente voraz. Fue así como entendí que no bastaba con esforzarse un poco, que ya no se trataba de un esfuerzo puntual el cual llevaría inequívocamente a un resultado satisfactorio. Esto iba de otra cosa, iba de esfuerzo diario y constante, iba de creatividad, pero sobretodo, iba de excelencia.

Cuando descubrí la frase de Aristóteles, entendí que para ser una buena profesional, debía serlo en todo y siempre. No bastaba con hacer un trabajo concreto de manera brillante, sino que cualquier encargo que cayera sobre mi mesa, tenía que ser desarrollado de manera excelente, para que de este modo, la excelencia se convirtiera en un hábito, y no en algo excepcional.

Siempre me ha asustado mucho la mediocridad. Etimológicamente, la palabra proviene del latín y esta formada por “medius”, esto es, medio o intermedio, y “ocris”, que significa montaña o peñasco escarpado. De manera que indica que algo o alguien se queda a mitad del camino, si tenemos en cuenta que la cima de la montaña es el destino final.

No nos gusta ser considerados mezquinos, vulgares o comunes. Por contra, todos soñamos con ser especiales, con destacar, y si puede ser, con ser los mejores en aquello que hacemos. Y desafortunadamente (o no), esto no viene de serie, sino que hay que currárselo. Las habilidades que cada uno pueda tener, no nos hacen, por si mismas, excelentes. Estas habilidades o virtudes según Aristóteles, hay que trabajarlas, pulirlas, entrenarlas. Por mucha facilidad que un músico tenga para tocar un instrumento, no será tras muchísimas horas de ensayo, que logre interpretar una pieza de manera digna. Lo mismo ocurre con nuestras profesiones.

Prácticamente todos los sectores profesionales y empresariales, tienen competencia. En algunos es muy evidente y feroz. En otros quizá no tanto (de momento, estoy segura de que lo que ahora parece puntero, dentro de unos años estará normalizado y por lo tanto habrá más oferta). Aunque de formas distintas, todos nos enfrentamos a los mismos retos: destacar por encima de los demás para ser los escogidos.

Durante la última crisis económica, muchos empresarios escogieron como estrategia para subsistir en el mercado, la rebaja de sus honorarios. Pero esta estrategia no les funcionó a la gran mayoría, puesto que no les permitió cumplir su objetivo de ser los elegidos. Lo que hace que nuestros clientes nos escojan por delante de la competencia, es cómo desarrollamos nuestro trabajo. Desde la atención que reciben, hasta el desarrollo técnico del mismo. Todo debe desarrollarse con excelencia, y la excelencia se percibe, es la mejor estrategia de marketing que existe.

Como ya he comentado en anteriores posts, antes de fijarnos en aquello externo a nosotros, aquello que no depende (o no exclusivamente) de nosotros, centrémonos en todo lo que sí depende de nosotros. Enfoquémonos en ser los mejores haciendo nuestro trabajo. Para ello, es necesario hacer autocrítica. Si creemos que todo lo que hacemos, lo hacemos perfecto, entonces no hay margen de maniobra, no podemos mejorar en nada. Sobra decir que quien crea esto, vive en un mundo paralelo y poco sabe acerca de la realidad. Siempre hay algo que podemos hacer mejor, algo que podemos aprender de otros profesionales y adaptarlo a nuestras profesiones. Y no nos podemos permitir el lujo de no hacerlo, porque si no lo hacemos nosotros, otros lo harán. Otros ocuparán nuestro lugar en el mercado. Hay que seguir esforzándose, pero esforzarse en aquello que nos hará dar un salto cualitativo, evitando perder energía en cosas que no nos acercan a nuestro objetivo. Hagamos un plan de negocio, analicemos nuestros puntos fuertes y explotémoslos. Detectemos de qué tareas podemos prescindir, y las que seleccionemos como óptimas, desarrollémoslas con excelencia. Todas, incluso coger el teléfono o escribir un email. Sólo así nos estaremos entrenando para dejar de ser uno más, y llegar a ser quienes queremos llegar a ser, sin tener la menor duda, de que con esfuerzo, lo conseguiremos.