A menudo observamos nuestras agendas y nos sobrepasa la cantidad de cosas “por hacer” que tenemos. Parece imposible avanzar e ir sacándonos trabajo de encima. Cuando creemos que hemos acabado un trabajo pendiente, nos damos cuenta que han aparecido, como por arte de magia, otros tantos que nos impiden ver la luz al final del túnel. La sensación de “productividad” es algo lejana en nuestro día a día. La cantidad de pendientes nos abruma y no sabemos por dónde empezar a meterle mano a todo lo que se supone que tenemos que hacer.

Como os comentaba en el anterior post, un buen objetivo como empresarios es organizarnos bien el tiempo, para trabajar menos horas, siendo más rentables para nuestros propios negocios, y de este modo, poder disfrutar más de todo lo que nos regala la vida, sobre todo, de nuestro tiempo.

Ahora bien, quizás deberíamos desgranar el concepto “organizar mejor nuestro tiempo”. Porque cuando una lista de “quehaceres” es enorme, es harto complicado saber por donde empezar.

Hace un tiempo leí el libro “Superpoderes del éxito para gente normal” del Mago More. En uno de sus capítulos cuenta la teoría del “merme”, esto es, avanzar hacia nuestras metas de a poco, sin pensar en ellas como algo abstracto e imposible de alcanzar, sino despedazando cada tarea en pequeños retos asumibles. Esto, al final, es concretar cada gran objetivo en otros muchos objetivos más pequeños, que no nos abrumen tanto, y a los que sentimos que podemos enfrentarnos sin miedo a fracasar por ser demasiado para nosotros. Es el “divide y vencerás” de toda la vida. (Sin categorizar a nuestras metas como enemigos, que es a lo que hace referencia el dicho).

Este verano recorrí Escocia en moto. Sí, ya sé que parece una locura, y en cierto modo lo fue. Tan sólo con pensar en la cantidad de horas que me tenía que pasar sentada en un vehículo no excesivamente cómodo, sin poder cambiar de postura, sin tener distracciones, pasando un calor infernal con toda la equipación de moto mientras cruzaba Francia en pleno agosto, y pasando un frío terrible en el norte de Inglaterra… se me hacía un mundo. Fueron más de 2.300 km, que se traducen en cerca de 23 horas de circulación en total. ¡Pero lo hice! Y fue una experiencia increíble, una vez entendí que para disfrutar de los increíbles paisajes (el objetivo) tenía que “sufrir” el viajecito. Dividí el viaje en etapas, y cada etapa en fases de unas dos horas como máximo. Ejemplo: el primer día llegaré hasta Lyon, y para llegar, necesito 8 horas, divididas en fases de 2 horas de circulación tras las cuales descansaré unos minutos, estirando las piernas, comiendo y bebiendo algo para despejar la mente.

No os negaré que el primer día fue muy duro. Estaba de mal humor, perdí de vista el objetivo del esfuerzo, y quería tirar la toalla. Dejar la moto y coger un avión. Algo mucho más cómodo y rápido que me permitiría conseguir mi objetivo sin tener que sufrir. Pero, claro está, negándome a mi misma el lujo de disfrutar de una aventura que además de hacerme disfrutar como una enana de carreteras y paisajes, me haría crecer como persona.

Desde el momento en el que dejé de pensar en el final del recorrido y empecé a centrarme en cada fase de 2 horas, la cosa cambió. Cada fase realizada era una prueba de superación. Cada vez estaba más cerca de mi objetivo. Y casi sin darme cuenta, dejé de centrarme en el dolor de piernas para pasar a disfrutar de las vistas, centrarme en mis pensamientos y, al final, llegar a mi destino.

Todas nuestras metas empresariales, se pueden dividir en etapas, y estas a su vez en fases. Como dice el Mago More en su libro, a veces las metas se nos atragantan porque metemos en la boca más de lo que podemos masticar.

Escojamos cuáles son nuestras metas, nuestros objetivos empresariales. Aquello que deseamos, que queremos conseguir. Por muy grandilocuentes que parezcan, no hay nada imposible si se sabe cómo llegar a ello. Y el llegar se descubre recorriendo camino. Recordad aquello de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. El primer paso para ganar una carrera es arrancar el motor. Y con nuestro objetivo en mente, vamos a despedazarlo en etapas, haciendo un “timing”, poniéndonos plazos. Y cada etapa, la dividimos en pequeñas fases, tan pequeñas como ponernos el casco, si hace falta. No importa el tiempo que nos lleve, lo importante es empezar. Y cada pequeño logro, nos impulsará hacia el siguiente. Y sin darnos cuenta, iremos superando fases y nuestro objetivo estará cada vez más cerca.