Estos días he leído que un occidental de clase media probablemente dedica más horas a trabajar que un esclavo de la antigua Roma. Difícil de creer, ¿verdad?
Como empresarios solemos argumentar cuando nos preguntan porqué somos autónomos (con lo poco favorecidos que estamos en este país), que siéndolo, podemos organizar con mayor libertad nuestro tiempo de trabajo, sin la presión de tener que responder ante un superior por las horas trabajadas, o por las entradas y salidas a nuestros puestos de trabajo. Y aunque parece utópico, se sigue teniendo la idea de que el autónomo trabaja cuando y como quiere.
Es una de las grandes paradojas que rodean al pequeño empresario; por un lado, creer que trabajando de forma autónoma podrá disfrutar de placeres de la vida que como trabajador serían más difíciles de alcanzar, y por otro, comprender que esos placeres de la vida solo serán alcanzados después de años dedicando más horas de las que se haría trabajando para otro. Y es que todos los autónomos sabemos que “si no se trabaja, no se cobra”, así que nos encontramos trabajando una indecente cantidad de horas diarias para conseguir la capacidad económica que nos permita disfrutar de lo único que no vamos a recuperar jamás: el tiempo.
Entregamos tiempo esperando que éste nos sea devuelto en un futuro, sin recordar que no se acumula. Que el tiempo que dediquemos hoy a algo, no volverá a nosotros jamás. Y siendo un bien tan valioso y finito, me sorprendo al observar (incluso en mi misma) cómo lo desperdiciamos, obcecados en acciones que no nos reportarán ningún beneficio sustancial en nuestros proyectos empresariales.
Nosotros, los empresarios, tenemos aún mayor responsabilidad si cabe, en la administración de nuestro tiempo de trabajo. Se nos ha dado una oportunidad de oro: cambiar la forma de hacer las cosas. Cambiarlas para nosotros.y para aquellos que comparten el proyecto con nosotros. Y nos encontramos haciendo las mismas cosas de las que nos quejábamos cuando trabajábamos para otros. Exprimimos nuestro tiempo y el de nuestros equipos sin tener claro el enfoque ni la dirección en la que queremos caminar. Nos dejamos llevar y nos conformamos con la engañosa seguridad de lo conocido. No cambiamos las reglas del juego, a pesar de que sabemos que no es ni lo que queremos ni a lo que aspirábamos cuando empezamos nuestra propia aventura empresarial. Y en respuesta, todo son excusas para justificar la angustia que nos corroe al ver que estamos gastando nuestros días sin ton ni son. ¿Porqué nos cuesta tanto cambiar?
Tenemos que seguir aspirando a más. Conformarse es morir. Cuando liberamos nuestra voluntad dejando atrás las excusas, nuestro potencial se multiplica y la felicidad queda mucho más cerca. Porque sí, como empresarios podemos ser felices. Es más, tenemos la obligación de serlo. Tenemos a nuestro alcance todo lo necesario para hacerlo posible. Reorganicemos nuestras prioridades.
Pasarnos 12 horas diarias sentados en nuestros despachos frente a un ordenador, no hará que las cosas vayan mejor. Es posible que pasarnos 6 horas “a full” dedicándonos a lo que verdaderamente es trascendente para nuestros negocios, marque una gran diferencia. No es mejor empresario el que más horas trabaja sino el que mejor las trabaja.
Esquematicemos nuestro trabajo, tracemos un plan de ruta, decidamos qué es lo importante para nuestro negocio, y vayamos a por ello. No nos enredemos en minucias que nos roban tiempo y nos frenan para alcanzar nuestros objetivos. Nosotros somos los principales responsables de no alcanzar nuestros objetivos cuando la causa no reside en la falta de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor. Seamos valientes, atrevámonos a hacer las cosas de forma distinta. Regalémonos tener tiempo, tener vida. Dicen que los pequeños gestos suelen resultar mucho más decisivos que las grandes palabras. Dejemos de decir las muchas horas que trabajamos y empecemos a trabajar bien unas cuantas horas menos.
Es fácil hacer lo que nos dicen los demás y es muy difícil asumir el control de nuestra propia vida. Tenemos una pequeña parcela que depende en gran medida de nosotros: nuestros negocios. Somos libres para tomar decisiones propias que respondan a nuestras ideas y deseos. Rechacemos la pasividad y neguémonos a acostumbrarnos a la tortura de la esclavitud empresarial. Luchemos por dirigir unos negocios que nos hagan sentir orgullosos, no solo por sus resultados económicos, sino por su calidad humana. Respetemos el tiempo, pero sobre todo, respetemos nuestro tiempo. Se agota. Y no hay mayor satisfacción ni nada más enriquecedor que saber que lo hemos empleado de forma útil.